viernes, 8 de enero de 2021

Mis 3 primeros libros de lectura (I)

Este título, hasta cierto punto, es “engañoso”, pues ya había tenido muchos más, en mi casa otra cosa no, pero libros, los había “pa’tirar por’alto”. De bachiller, técnicos-profesionales, novelas… a mi me gustaban los de bachiller y los de la escuela, los que tenían dibujos y fotos, claro está, y en consecuencia se trataba de los de ciencias naturales, historia, geografía, la famosa “Enciclopedia”, los de historia sagrada, algunos de arte, atlas… vamos, para pasar las mañanas de los sábados y domingos, desde bien temprano y de forma incansable, sentado en la cama con un buen montón de ellos, pasando páginas, al principio sin saber que se decía en ellas.

Pero me estoy desviando del asunto, vamos a por mis 3 primeros libros de lectura:

El segundo de los primeros tres libros.
El tercero de los primeros tres libros.


Quo Vadis? de Henryk Sienkiewicz

No hay mucho que decir de este libro que ya no se sepa, por lo tanto no voy a decir nada sobre su contenido, autor y demás elementos de los que se puede encontrar ingente información en una gran cantidad de web. Voy a comentar otra cosa.

Este fue el primer libro para leer que tuve en mis manos, digamos por obligación. Corría una fecha ya muy lejana, cuando en la escuela, en primero de EGB, el maestro nos dijo que le siguiéramos todos los alumnos. Todo el mundo en fila, en la que parecía que iba a ser una excursión, en ocasiones se hacían por los alrededores de la escuela.

Ese día no fue el caso, el recorrido fue breve. Salir de la clase, andar unos pasillos, abrir y cerrar varias puertas a nuestro paso, hasta detenernos ante una puerta de doble hoja en un pasillo estrecho, con varias más como esa en su recorrido. Sobre la puerta tenía un cartel que ponía “Biblioteca”. Era la única que se podría considerar pública, por entonces en el pueblo aún no había biblioteca municipal.

Entramos en aquella sala, era estrecha, alargada y con una ventana al fondo. Con unas mesas también alargadas en el centro y sillas a su alrededor. Las paredes no se veían, estaban tapadas con estanterías llenas de libros, que tenían una infinidad de tamaños y colores. Y por supuesto, aquella estancia olía a libros.

Sobre aquellas mesas estaban dispuestos varios montones de libros, y el maestro nos dijo que los viéramos y cogiéramos uno para leerlo. Nos lo teníamos que llevar a nuestra casa y devolverlo en unos quince días, creo recordar. Así que nos dispusimos a hojear aquel inesperado tesoro, o, más bien, a disfrutar de un momento que no sabíamos cuando se volvería a repetir, ya que la Biblioteca estaba en una de las “zonas prohibidas” de la escuela, de las que eran solo para los maestros, de hecho la empleaban como “Sala de profesores”.

Me llamó la atención uno de gran tamaño, con tapa dura, con un dibujo de romanos en la portada. Además, tenía las hojas de un papel grueso y las letras eran grandes. Me gustó. Fue el que elegí.

Al llegar a mi casa y verme con él, lo primero que dijeron fue “¿Quo vadis con ese libro? ¿Quo vadis…?



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